Decidir no es fácil. Pero después de leer esto, lo será un poquito más.

Decidir no es fácil. Pero después de leer esto, lo será un poquito más.

Decidir no es fácil por una simple razón: decidir implica renunciar.

Pero es que además, decidir implica poder equivocarnos. Nunca tenemos una seguridad del 100% sobre lo que va a conllevar nuestra decisión. Y esto nos asusta, nos da miedo. Y el miedo, nos bloquea, nos paraliza. Y la mente se dispara. Y empezamos a tratar de buscar seguridad en la decisión, en los “y sis” y en pensar lo mismo una y otra vez.

A veces, no decidiremos hasta el último momento. O dejaremos que otros/as decidan por nosotras/os. O peor aún, no decidiremos y creeremos que eso es posible. Y no, no lo es. No decidir, es decidir. Es decidir que no eres capaz de decidir, es decidir que no tienes las riendas de tu vida, es decidir que ni siquiera eres capaz de decidir algo pequeño. Y es decidir que tu autoestima baje. Además, de que es decidir que las cosas se resuelvan sin ti o renunciar a todas las opciones. Lo mires, como lo mires, al no decidir, ya estás decidiendo. Solo que lo estás haciendo sin consciencia, sin valentía y sin autoestima.

Y esto, puede llevarte a un bucle de indecisión perpetuo llegando a afirmar: “Soy una persona indecisa”. Y una vez eso forma parte de tu identidad, una vez se asienta como creencia, es más difícil desmontarla.

Vamos primero a arrojar un poco de luz a todo esto…

Cuando estés delante de una decisión, recuérdate a ti misma/o que nunca puedes saber seguro como te va a ir realmente con esa decisión una vez tomada. Por tanto, empieza por trabajar esa aceptación de la incertidumbre que siempre está ahí. Y también en aceptar que la vida va de eso: de decidir, de equivocarnos… Así que deja de basar la decisión en estar segura/o porque sino, nunca decidirás.

Pero tengo una buena noticia. Cuando dudamos mucho acerca de una decisión, significa que ninguna de las opciones que tenemos es mala. Entonces, ¿por qué perder tanto tiempo analizando? Apuesta por una de las opciones enfocándote en aquello bueno de la elegida y en sacarle todo el provecho posible. Así que aquí tenemos una super clave: no puedes seguir pensando en la otra opción o decisión no elegida porque entonces no estarás ni en una ni en otra. Entonces, las cosas no irán bien y por supuesto, acabarás lamentándote por no haber decidido otra cosa. Para que esto no suceda, cuando estés tomando la decisión, mándate mensajes a ti misma/ de empoderamiento y sobre todo, de tranquilidad. Decirte a ti misma, por ejemplo: “No necesitas eso, estarás bien aunque no lo tengas/hagas” o “Se que aunque luego me arrepienta, tendré recursos para enfrentarlo.” Si no consigues un mínimo de calma, el miedo se incrementará y te exigirás más. Y así, es imposible decidir bien. Así que por favor, no pienses en decidir solo cuando te entra la prisa (en el último momento) o cuando estás agobiada. Trata de ponerte a pensar en aquello que quieres decidir en momentos en que tu humor sea medianamente bueno y estés lo más tranquila/o posible. Sobre todo, no decidas nunca en un momento de bajón o de máxima ansiedad porque en esos momentos, está demostrado que nuestro córtex prefrontal no funciona correctamente y por tanto, es probable que nos equivoquemos la decisión. Como se suele decir, no hay que decidir “en caliente”.  

He empezado este blog diciendo que decidir es difícil. Pero, ¿sabes lo que también es difícil? Arrepentirte de una decisión meditada y acorde a tus valores. Porque es muy difícil equivocarte cuando decides desde tu esencia. Y es difícil sentirte insegura/o cuando la decisión es así de firme. Tomar decisiones conscientes y conectadas nos empodera y nos ayuda a poder tomar decisiones de una forma más efectiva en un futuro.

Pero entonces cómo lo hago para decidir?

Aquí voy a darte algunas ideas y estrategias que espero, te ayuden a tomar las decisiones de una forma un poco más fácil.

Hay ejercicios clásicos como hacer dos columnas con pros y contras o imaginarte en las diferentes opciones y ver cuál te conviene más. En eso no me voy a detener, porque ya sabes cómo se hace y que no siempre funciona. Ojo, esta estrategia y de hecho, todas las que voy a nombrar, a algunas personas en algunas decisiones concretas les funcionarán genial, otras no. Es decir, valora según la decisión y según tu forma de ser cuál te puede funcionar mejor en cada situación. Igual sobraba decir esto, pero es que es importante saber que yo doy estrategias generales y eres tú la/el que valora lo que le sirve de cada una, de qué forma y en qué contexto.

Bueno, a lo que iba, primera estrategia un poco diferente, incluso puede parecer tonta, pero de verdad que funciona super bien. Y es dejar la decisión en manos del azar; por ejemplo, tirando una moneda al aire. Y dirás, menuda estrategia, eso no es decidir. No… pero ahí va la segunda parte de la estrategia, cuando lances esa moneda, quiero que antes de mirarla te preguntes, qué querrías que mostrara esa moneda; ahí estará la respuesta. Eso es lo que de verdad quieres y probablemente, si dudas es más por miedo que no por no tenerlo claro. Esto pasa también cuando le pedimos a alguien consejo.

Otra estrategia propia que te ofrezco es ponerte una alarma cada día, a horas diferentes y que no esperes. En el preciso momento en que suena esa alarma, darás la primera respuesta a esa decisión que te venga. Puedes hacer este ejercicio muchas veces e ir anotando los resultados. Este ejercicio se basa en que te preguntes la cuestión en momentos distintos y por tanto con diferentes estados anímicos y de forma inesperada obligándote a dar una respuesta rápida. ¿Por qué debe ser inesperada y rápida? Pues porque así nos aseguramos de que está exenta de miedos, excusas, racionalizaciones excesivas… Es decir, que obtendremos respuestas más desde la esencia, más espontaneas y no creadas en momentos de ansiedad en el que ya llevas rato dándole vueltas al tema.

Otra opción que yo uso mucho en decisiones pequeñas es no pensar en la decisión hasta el momento de tener que tomarla. Por ejemplo, yo lo uso en restaurantes a la hora de elegir plato cuando estoy entre dos. En vez de quedarme con la carta delante releyendo qué lleva cada plato, cierro la carta y no pienso más en ello hasta que el camarero viene a tomar nota. Es decir, se trata un poco de posponer la decisión y por tanto, obligarte a no gastar energía dándole vueltas. Te dejas llevar por tu intuición final para decidirlo al momento y así es mucho más fácil. Obviamente, esta estrategia no tiene sentido ante decisiones transcendentales.

Algo fundamental que siempre debemos preguntarnos ante una decisión es qué te va a aportar tomarla. Identificar para qué quieres hacer o decidir algo en concreto, cómo te va a hacer sentir, qué cambio va a suponer. Y lo bueno es que te enfoques justamente en lo bueno que te aportará, porque lo malo (a parte de que tu mente ya se encarga de ir sola a eso) solo hará que se te despierten más miedos, que ya he explicado que son los que hacen que nos bloqueemos más al decidir. Y por supuesto, como cualquier otra emoción, si tenemos identificados esos miedos, va a ser mucho más fácil lidiar con ellos. Podremos mirarles a la cara y buscar estrategias para enfrentarlos, buscar qué podemos hacer para sentirnos capaces de vencerlos. Y además, al tenerlos identificados, si viene un pensamiento como: “quizás no es buena idea, no podrás…” veremos fácil que proviene de un miedo y nos será más sencillo desecharlo. Con los miedos, recuerda también que es importante acompañarnos no desde la exigencia, sino desde el cariño para envalentonarnos y acompañarnos.

Cuando nos bloqueamos en una decisión también suele ser porque “el corazón tiene razones que la mente no entiende”. Y con esto me refiero a que a veces tratamos de basar en la lógica todas las decisiones y no siempre funciona. Porque hay cosas que vienen desde pensamientos o deseos más inconscientes. La intuición como tal está basada en percepciones y recuerdos que no tienen porque ser 100% conscientes- Habrá sensaciones que no sabremos de donde vienen y no pasa nada. Respecto a esto es super interesante tener presente al marcador somático del que habló Antonio Damasio. Podéis buscar en Google acerca de él, hay mucha evidencia al respecto. De acuerdo con el modelo del marcador somático, la toma de decisiones es un proceso guiado por las emociones y por la memoria celular. Sí, el cuerpo almacena recuerdos y sensaciones asociadas. Eso puede hacer que decidamos por ejemplo tomar un helado de limón en vez de uno de chocolate como solemos pedir habitualmente, simplemente porque el olor nos ha recordado a ese verano en la playa donde había un limonero. Además, si decidimos por sensaciones corporales, lo estaremos haciendo conectados con el sentir, con las emociones. Y decidir desde la emoción nos asegura decidir desde lo que de verdad nos apetece y por tanto, nos hará sentir satisfechos.

Relacionado con lo anterior, cuanto más nos escuchemos a nivel corporal y más tengamos claras las sensaciones y emociones que nos produce cada cosa, más conectadas/os estamos y más fácil es elegir lo que hace sentir bien. Si para tomar una decisión te planteas los distintos escenarios con ojos cerrados, música suave de fondo, habiendo hecho unas cuantas respiraciones abdominales antes y en un estado de calma; te aseguro que te va a resultar muuucho más fácil saber qué quieres de verdad.

Y por último, la regla del 10-10-10. Consiste en visualizarte dentro de 10 minutos, dentro de 10 meses y dentro de 10 años y preguntarte qué pensarías de esa decisión en cada uno de esos momentos. Una de las cosas que suceden muchas veces, es que nos damos cuenta de que igual no es necesario darle tantas vueltas a esa decisión y por tanto, nos ayuda a relativizar un poquito y calmarnos.

Una vez has decidido es importante que…

Sobre todo, que no revises la decisión una vez tomada. Cuando lo decidiste te parecía la mejor opción con la información que tenías en ese momento. No olvides esto. Porque si luego te juzgas con más información disponible, estarás siendo muy injusta/o con tu yo del pasado.  Y además le estarás haciendo un flaco favor a tu autoestima, ya que te llevará a dudar de ti misma/o y de tu capacidad de decisión.

Lo más importante a la hora de decidir, es hacerlo. Y no es una broma. Cuanto más te atreves a decidir, más segura/o te sientes, incluso si la decisión luego resulta no ser del todo acertada. Pero sea como sea, al menos, te habrá servido para avanzar, para vivir, para aprender, sacar recursos, ver lo buena/o que eres rectificando o afrontando consecuencias… Y por tanto, ya habrá valido más la pena que crearte una ansiedad innecesaria y bajar tu autoestima estancándote en decidir una y otra vez.

Si has encontrado útil este artículo, porfa, compártelo, comenta, habla de él… Y no tanto por mi, que yo te lo agradezco un montón porque me das visibilidad y valor a lo que escribo. Pero sobre todo lo digo porque se que es un tema que puede ayudar a muchas personas y me hará muy feliz saber que puede ayudar.

Deja una respuesta

Su dirección de correo no será publicada.